miércoles, 24 de febrero de 2010

La mansedumbre

“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:29

La mansedumbre es un fruto del Espíritu que se ha perdido mucho en nuestra cultura agresiva y egocéntrica. La gente la asocia con la debilidad, y por eso la mayoría no admira a otros por ser mansos. Pero hemos sido llamados a ser mansos.

¿Qué es la mansedumbre? Es una actitud de humildad hacia Dios y de amabilidad hacia las personas. Es cuando reconocemos que Dios está en el control y que podemos confiar en él, aun cuando las cosas no sean como nos gustaría que fueran. Para ser manso se necesita confianza, no en uno mismo, sino en Dios.

Aunque la debilidad y la mansedumbre pueden parecer similares, no lo son. La debilidad es debida a circunstancias negativas, tales como falta de fuerza o valor, palabras que no describen a Jesús, quien fue manso y humilde de corazón.

La mansedumbre, es el resultado de la elección consciente de una persona de confiar en Dios y apoyarse en él, en lugar de seguir sus propios caminos. La mansedumbre surge de la fortaleza, no de la debilidad.

Es lo opuesto a la arrogancia y al egoísmo. Efesios 4:2 nos dice: “con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros en amor”. La mansedumbre surge de la confianza en la bondad de Dios y en su control sobre la situación. La persona mansa no está ocupada en el yo, y esa actitud es clave para la promesa de encontrar reposo para nuestras almas.

Meditemos en lo siguiente: Una persona mansa es alguien que ha aprendido a morir al yo, y que tiene fe, valor y perseverancia, rasgos que el mundo no necesariamente asocia con la mansedumbre.

(Tomado de: El fruto del Espíritu)

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