¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo.... Amigos, Predicando la palabra de Dios es un blog donde verán aprendizajes personales, revelaciones, pasajes bíblicos, escritos y aportes de otros hombres y mujeres de Dios, en fin todo lo que sea necesario para la sana edificación para compartir con todos ustedes.
domingo, 21 de junio de 2009
Un llamado a sanar
Por Aileen Pagán
“El corazón alegre trae sanidad, pero un espíritu abatido seca los huesos”
Proverbios 17:22
Como consecuencia directa de la herencia de pecado, el ser humano desde que nace se ve expuesto, aún viviendo en el mejor de los hogares, a circunstancias que le van marcando. La falta de aprobación, los rechazos, las frustraciones, los temores, a veces los abusos, o en ocasiones la soledad, son situaciones que le van creando muchas y muy variadas laceraciones emocionales.
Al momento del nacimiento el cerebro humano no está totalmente formado, sino que comienza a desarrollarse en los primeros años de vida. Por tanto las experiencias vividas durante ese tiempo de infancia son las que van esculpiendo en dicho cerebro lo que posiblemente será el sujeto en su vida adulta. De ahí el énfasis que se hace a nivel de psicólogos, orientadores seculares y cristianos, de cuiddar y modelar esta etapa tan crucial de la vida del niño. Si bien es cierto que cada quien nace con un temperamento definido, no es menos cierto, también, que las influencias circundantes, sobretodo las vividas en el ambiente familiar, son las que van modelando el carácter y constituyen lo que podría llamarse “el modo de ser”.
Cuando un niño crece en el seno de una familia de parámetros “normales”, en la que recibe amor, disciplina y buen ejemplo y en la que cada quien desempeña adecuadamente el rol que le toca desempeñar, es casi seguro que el resultado final sera el de una persona equilibrada, segura de sí misma y con un gran sentido de su propia identidad. En caso contrario lo que se ve casi siempre es una persona con un corazón endurecido buscando siempre resguardarse de la agresión y del dolor, que vaga por la vida sin saber nisiquiera quién es, ni lo que quiere. El hecho de que se vea en el consultorio de los psicólogos, orientadores y consejeros a tanta gente necesitada de ayuda, se debe, precisamente, a que son personas enfermas emocionalmente por traumas que vienen arrastrando desde su niñez.
Como consecuencia directa del alejamiento del ser humano de Su Creador, se hace evidente, cada vez más, el deterioro del núcleo familiar, y las inmoralidades e inconductas se aceptan como válidas en todos los ámbitos de la sociedad. En consecuencia prolifera una generación de minusválidos emocionales incapaces de amar y ser amados e incapacitados para dirigir su propia vida.
Si el pueblo cristiano quiere ser un pueblo sano espiritualmente, que pueda acercarse a Dios confiadamente, debe empezar por sanar emocionalmente. A una persona que ha sido defraudada por aquellas a quienes ama y que se supone que les aman, no le es fácil depositar su confianza en Dios, porque su subconsciente está atado a un pasado doloroso y traumático que no le permite confiar.
El sacrificio de Jesús en la cruz no fue solo con el objetivo de ofrecer la salvación. Su acto sacrificial tenía el propósito también, de que todos los que le recibieron como Salvador, al experimentar Su presencia en la intimidad de su corazón, pudieran ser salvados y sanados de las heridas de su pasado.
Esta transformación no suele suceder de la noche a la mañana (aún cuando Dios puede hacer cualquier cosa en el tiempo que El decida). Este es un proceso que se inicia cuando Jesús viene a ser el centro de nuestras vidas y dependiendo del sujeto, las circunstancias y la entrega de la persona en cuestión, puede ser o más o menos rápido.
Pero la realidad es que la ciencia no ha podido ni podrá ofrecer ninguna terapia tan eficaz para deshacer las ataduras que mantienen a una persona atada a un pasado doloroso, como lo ofrece nuestro Dios. Es Jesús, a través de su Espíritu Santo, el que le puede poner orden a una vida desorganizada, el que le da verdadero sentido a nuestro caminar y el que puede restaurar una vida destrozada.
Dios está ofreciéndonos la sanación, lamentablemente es el ser humano quien la mayoría de las veces es su propio saboteador. Si usted quiere ser restaurado por Dios, cuídese de:
-Creerse que ya ha sanado los mayores traumas de su vida;
-excusarse detrás de su temperamento innato (yo nací así);
-sentirse incapaz de sanar;
-sentirse indigno de venir a sus pies; o
-creerse que “eso” no se hizo para usted.
Abra su corazón, pero entendiendo que “el que comenzó la buena obra en usted la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil.1:6)
Dí esta oración :
Señor, reconozco mi pecado, reconozco que Jesús es el único Señor, te pido que entres en mi corazón, Confieso con mi boca que Jesús es el Señor, el Salvador y creo en mi corazón que Dios le levantó de los muertos y confesando esto soy salvo(a), por que como dice tu Palabra, con la boca se confiesa para salvación y con el corazón se cree para justicia, en tu nombre Jesús, amén. (Romanos 10:9-10)
“Todo aquel que cree en El no será defraudado” Romanos 10:11
Dios te ama, nunca te dejará ni te abandonará…
Para Sanar (2da. Parte)
“El sana los quebrantados de corazón y venda sus heridas”
Salmo 147:3
Las personas marcadas por un pasado guardan en su presente muchas heridas que no han podido sanar y muchos conflictos que mantienen sin resolver. En ocasiones son asuntos tan dolorosos que prefieren evitar el hablar de ellos muchas veces hasta por verguenza. Prefieren enterrarlos en el olvido. El problema está en que aunque se crea que eso está olvidado, cuando no se ha sanado, la persona no se siente cómoda consigo misma. Sus recuerdos condicionan sus forma de relacionarse con los demás y por consiguiente, la forma de relacionarse con Dios.
Esas personas creen que enterrando sus conflictos los van a hacer desaparecer, cuando en realidad la única forma de liberarse de ellos es precisamente sacándolos a la luz. La liberación radica en avanzar hasta el próximo paso. Afrontar la verdad aunque en el principio le haga sentir miserable. Es lo que le permitirá revelar su verdadera personalidad, le hará crecer en el Señor y por tanto le ayudará a relacionarse mejor con los demás.
Si ha recibido a Jesús como Señor y Salvador, ya ha dado el primer y más iportante de los pasos hacia la superación espiritual y emocional. Pero aún si ya es cristiano, Dios todavía tiene un trabajo que hacer en la intimidad de su corazón. Fuimos diseñados por El de forma tal que exclusivamente a El le demos el primer lugar en nuestras vidas, no a nuestros padres, cónyuges o amigos.
El segundo paso es asumir la responsabilidad por las acciones y elecciones. Cada quien tiene que tomar el control de su propia vida, dejar de ser víctima de su pasado y asumirlo como parte del plan de Dios para moldearle. Asumir la responsabilidad personal significa evaluar cual es la cuota de responsabilidad que le toca en cada problema antes de continuar buscando la culpa en el otro. Esto obviamente implica un cambio y es algo que hay que hacerlo aún cuando ese cambio nos infunda un poco de miedo. Incluye dejar a un lado algunas formas de reacciones, sentimientos y vías de escape a los que estamos acostumbrados a incurrir en el momento que nos asedian los problemas.
Pero de todo esto, lo más importante es un cambio en la manera de pensar. Dice el Señor: “transformaos mediante la renovación de vuestra mente” (Rom. 12:2b) Está comprobado que nuestros pensamientos controlan nuestra mente y nuestras reacciones.
Es la persona misma y no las circunstancias externas, quien controla los pensamientos que determinan cada reacción.
¿Qué mejor manera de cambiar los pensamientos que exponerse a las verdades que Dios ha revelado en su palabra? A medida que vamos asimilando la verdad de que Dios mismo se interesa en cada uno de nosotros de forma personal, de esa misma forma y directamente proporcional, aumenta nuestra confianza y crece nuestra autoestima al saber el valor que tenemos por medio de Jesús. Nuestros sentimientos de aprensión y nuestros miedos se van desvaneciendo.
Los conceptos que nos presenta la Biblia no se asimilan de forma automática por escuchar un sermon, leer un libro o asistir aun grupo. Hay personas que tiene toda una vida exponiéndose a todo eso sin pasar por el proceso de internalizar y confrontar su vida con los principios divinos.
El crecimiento emocional y espiritual suele ir desarrollándose durante un lapso conforme la persona va identificándose íntimamente como un creyente. Dios puede asistirle a través de un Pastor, un consejero o cualquier otro orientador profesional cristiano que le ayude de forma íntima y discreta a discutir el origen de sus problemas, a analizar sus temores y preocupaciones. Una persona con discernimiento espiritual que le comprenda y le apoye, pero confrontándole con su pasado analizándolo a la luz de la Palabra.
En todo este proceso de transformación juega un papel protagónico el congregarse, la oración y la lectura de la Biblia. El congregarse va a significar aprender a convivir con hermanos de un mismo sentir que pueden servirle de apoyo y de motivación. La oración le ayudará a desarrollar una relación de intimidad y dependencia de Dios a través del espíritu santo. Es decir, le enseñará a hablar con Dios sin necesidad de un intermediario. Y la lectura de la Biblia, a través de historias, metáforas, analogías y comparaciones le va a mostrar el camino a través del cual debe transitar. Dios se aseguró de dejarnos un manual completo y perfecto para que sepamos como caminar mientras estemos es esta tierra. Su Palabra es viva, eficaz y transformadora. A nosotros nos corresponde tan solo estudiarla, escudriñarla y aplicarla.
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